¿Te respeto porque te amo o te amo porque te respeto?
El respeto es una realidad poliédrica. Compleja.
El respeto, como acción, es una actividad que verifica la libertad del otro. Se inicia en tu propia libertad y te libera de las cárceles del ego, como el orgullo. Implica que te opones a las intenciones o a las construcciones intelectuales del otro, o que no estás de acuerdo con su resolución, mas no deseas convertirte en una especie de adversario, de oponente o de obstáculo, sólo porque estás en desacuerdo. Si surge el respeto ya no interfieres el libre alvedrío del otro, ni tratas de influírle o de hacerle desistir, de cambiarle: cambias tú.
El respeto como contemplación es algo diferente. Te sitúa en un plano paralelo pero no vivencial; en una distancia que puede ser incómoda, pero en la búsqueda de un equilibrio que beneficie a todos. Te salvaguardas en él para no tomar partido, para no tener que actuar, y mientras sucede esa inacción, se beneficia al que recibe la muestra de respeto con todo el espacio que necesita para realizar su propósito. El respeto aquí no surge como iniciador, sino como meta.
El respeto como timidez es totalmente otra cosa. Aunque su objetivo puede ser puro: no mancillar algo, no perjudicar, por ejemplo, por una falta de experiencia. Por un no saber. Una ignorancia, una inseguridad, un bloqueo, un freno. Todas estas palabras pueden asociarse en una lastrante realidad. Pero, recordemos, su objetivo puede ser puro: la conservación de la identidad y de la belleza.
Sea como fuere, el amor siempre es respetuoso, permanentemente eleva la dignidad del amado y en ello se dignifica. En este sentido, el respeto puede fundar el amor, el amor verdadero.