domingo, 12 de febrero de 2012
Del amor y la salud psíquica, ii
Cuando revisamos nuestra vida aprendemos valiosas lecciones. LLegado el momento de la madurez, en la que uno ya no desea engañarse a sí mismo, la experiencia aporta una maravillosa sabiduría: qué emociones han sido y son positivas, o negativas. Y todavía más importante: cuáles favorecen el equilibrio y cuáles no; cuáles son ordenadas (liberan y conducen a la felicidad) y cuáles desordenadas (esclavizan y alimentan cadenas de dependencia). También aprendemos que toda emoción exaltada, aunque sea la alegría, está en desequilibrio, y que las emociones pueden tiranizar o crear servidumbres. Que la emoción nunca es serena, pero sí que lo puede ser el sentimiento. Y se hace necesario aprender a distinguir la emoción del sentimiento, el emocionarse del sentir. Si partimos de la base de que una persona psíquicamente saludable puede amar desde la totalidad de su ser, podemos concluir que hallar los caminos que conducen a ése amar desde la totalidad puede sanar nuestros psiquismos.