sábado, 25 de febrero de 2012

domingo, 12 de febrero de 2012

Del amor y la salud psíquica, ii


       Cuando revisamos nuestra vida aprendemos valiosas lecciones. LLegado el momento de la madurez, en la que uno ya no desea engañarse a sí mismo, la experiencia aporta una maravillosa sabiduría: qué emociones han sido y son positivas, o negativas. Y todavía más importante: cuáles favorecen el equilibrio y cuáles no; cuáles son ordenadas (liberan y conducen a la felicidad) y cuáles desordenadas (esclavizan y alimentan cadenas de dependencia). También aprendemos que toda emoción exaltada, aunque sea la alegría, está en desequilibrio, y que las emociones pueden tiranizar o crear servidumbres. Que la emoción nunca es serena, pero sí que lo puede ser el sentimiento. Y se hace necesario aprender a distinguir la emoción del sentimiento, el emocionarse del sentir. Si partimos de la base de que una persona psíquicamente saludable puede amar desde la totalidad de su ser, podemos concluir que hallar los caminos que conducen a ése amar desde la totalidad puede sanar nuestros psiquismos.


miércoles, 1 de febrero de 2012

Del amor y la salud psíquica

       Que el amor libera de la ansiedad y del estrés, está demostrado. Y otras cosas: la sola presencia de un ser amado puede producir gozo, serenidad, alegría, bienestar, felicidad... Una inquietud, incluso un "subidón". La medicina ha descubierto todo un festival de hormonas que intervienen en el enamoramiento y propician estados de ánimo positivos, desde las feromonas a las endorfinas, oxitocinas, serotoninas, dopamina... Hummm. No es muy romántico, aunque es cierto. Punset describe brillantemente el amor químico en su libro "Viaje al amor". Pero todavía hay muchos puntos ciegos en la realidad psíquica que somos incapaces de explicar, y especialmente es así a propósito del amor, cuya dimensión además puede ser trascendente.
       Partamos de un supuesto para hablar de la psique: puede no ser una cuestión puramente cerebral, ni hormonal, ni fruto de una interacción entre ambas, sino que puede estar intregrada en la totalidad orgánica del ser humano, presente en todo él, en la totalidad de sus tejidos. Observemos por ejemplo la realidad de los trasplantes de órganos. Se da el caso, y numerosos artículos médicos lo corroboran, que un recién trasplantado adquiere una nueva sensibilidad, una nueva atracción o rechazo por cosas de las que, antes del trasplante, no sentía, opinaba de otra manera o le eran indiferentes. Un gusto por vestir determinados colores, comer y beber ciertos alimentos, o amar de pronto a las plantas o a los animales. Incluso desarrollar ciertas habilidades que nunca antes habían fomentado, o nuevas aficiones. Hasta ahí no habría nada de particular si no fuera porque coincidían exactamente con los gustos, aficiones o habilidades propias del donante del órgano en cuestión. Algunas tan concretas como pueda ser tal marca de cerveza y tal tipo de pollo condimentado... impactante, ¿verdad? Observando esta realidad, ¿dónde situaremos el amor?, ¿en el corazón tan sólo? ¿Acaso cuando uno ama, lo hace sólo con una parte de sí mismo? Amamos desde la totalidad porque sentimos desde la totalidad, y sólo podemos vivir enteramente desde la totalidad. Por ello sólo amamos bien cuando amamos la totalidad del ser amado, la realidad plena de aquéllos a quienes amamos, con sus luces y sus sombras, las certidumbres y las incógnitas. Desde esta realidad que observamos, el amor es un permamente encaminarse hacia su realización, y al mismo tiempo la expresión que lo consagra y que lo efectúa. Es la llama que ilumina, el objeto iluminado y el ojo que lo observa. El amor es todo, y si se me permite la vena andaluza, diré: es todo, ¡y más!
       Por éso, para una correcta salud psíquica, podemos asegurar que amar es importante, propicia estados de ánimo positivos y optimistas, pero lo es aún más el amar verdaderamente, porque te invita a integrar la totalidad de tu ser, tu individualidad plena, colocándola en el camino del amor: de común-unión con el amado, con la vida y con tu propósito vital.